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Seamos Escuela que Educa, no que replica


La frase “Seamos escuela que educa y no que replica”, escrita en el blog de Ana Codeglia, analista de marketing, parece ser antípoda de esta otra frase recientemente dicha por una empresa dedicada a la producción de contenidos tecnológicos para la educación:

“Se educa en casa y se enseña en la escuela”.

Lo cierto es que esta última se escribe parodiando la frase de “Pepe” Mujica, expresidente de la República Oriental de Uruguay durante una entrevista. La célebre frase del expresidente fue la siguiente: “En la casa se aprende a saludar, dar las gracias, ser limpio, ser honesto, ser puntual, ser correcto, hablar bien, no decir groserías, respetar a los semejantes, ser solidarios, comer con la boca cerrada, no robar, no mentir, cuidar la propiedad y la propiedad ajena, ser organizado. En la escuela se aprende: matemáticas, castellano, ciencias, estudios sociales, inglés, geometría, y se refuerzan los valores que los padres y madres han inculcado a los hijos”.

En 1987, desempeñándome como rector en una institución educativa de la ciudad de Bogotá, participábamos algunos rectores en discusiones y foros organizados por la División de Fomento de Planteles Cooperativos del Ministerio de Educación Nacional. Para ese entonces, eran las tesis de Mortimer Jerome Adler, educador, filósofo y jurista estadounidense, fundador y director de la 15ª edición de la Enciclopedia Británica publicada en 1974, además de articulista del New York Times, lo que se discutía en el mundo académico.

La frase que Adler publicó en el New York Times, la lanzó en su artículo “Educate: That comes later”; traducido, “Educar: Eso viene más tarde”. En el artículo sentenciaba: “Durante más de 40 años, una idea predominante en mi filosofía educativa ha sido la de reconocer que jamás ha sido nadie educado -nadie puede serlo- en una escuela o universidad”[1]

Bueno, también hay que recordar que muchísimo tiempo atrás, en 1762, J.J. Rousseau, en El Emilio, escribe que el primero y más grave error educativo es asistir a la escuela. Incluso, fue más allá indicando que un error está en educar bajo la creencia de que la educación es preparación para la vida profesional, para el ejercicio de un oficio o profesión. En concreto, según Rousseau, preparar exclusivamente o principalmente para el trabajo, no prepara para la vida; formando al profesional no se forma al hombre; ese fue el sentir de Juan Jacobo.

Partiendo de la premisa que la escuela no educa, en Europa y los Estados Unidos de Norteamérica prolifera cada vez con más énfasis el modelo llamado HomeSchool conocido en Alemania como Heimschule o Hause zu Schule, modelos que, con mi modo de pensar, se erigen como verdaderos ejemplos de pretensión extrema.

En esta estrategia, el estudiante muta del salón de clase a la sala de su casa; se piensa que se le enseña en casa y también se le educa en los valores propios de su familia, es decir, a prueba de contaminación. El tutor o docente es casi siempre la madre, pero también el padre según las circunstancias.

Las cifras de la Red Colombiana de Educación en Familia[2], señalan 8000 casos en todo el país. Si en Europa o Estados Unidos el 70% de las familias que deciden incursionar por este modelo lo hacen por razones religiosas, en Colombia este mismo porcentaje lo hace por la misma razón; el otro 30% lo hacen porque dudan de la calidad de los colegios privados y públicos[3].

Colombia ha tenido casos exitosos respecto del modelo Escuela en Casa. Es el caso de la pianista colombiana Manuela Osorno, quien a los 13 años presentó la prueba ICFES (examen del Estado para validar el bachillerato), solo para acceder al pregrado de Música de la Universidad Eafit, de donde se graduó a los 18 años con una beca para estudiar en Boston. También es el caso del biólogo colombiano Mateo Hernández, quien es considerado uno de los más importantes del país y quién "la única vez que pisó un salón de clases fue para sacar la licencia de conducir”[4].

No nos cabe duda que las distintas experiencias en Colombia relacionadas con Educación en Casa representan alternativas, búsquedas contestatarias llevadas hasta la irreverencia respecto del tradicional mundo de la escuela tradicional. Sus usuarios son sectores de todas las clases sociales que experimentaron “en carne propia” los vacíos y las ausencias educativas en la escuela, las cuales les fue llevando hasta tomar la distancia necesaria, esa con la que le apuestan a modelos de educación más abiertos.

Estamos seguros que después de esta crisis pandémica se hablará mucho sobre esta modalidad que no deja de plantearnos muchos interrogantes:

¿Cómo identificar los conocimientos o la organización del aprendizaje?¿Quien determina la necesidad de tal o cual aprendizaje y bajo que criterio se establece? ¿Es posibles imbricar procesos de la educación formal en la educación sin escuela? ¿Qué estrategias metodológicas asume cada familia para llevar el proceso de enseñabilidad y de educabilidad? ¿Padres y madres poseen habilidades docentes en casa? ¿Los comportamientos cotidianos de los niños y niñas en escenarios distintos al del aula formal llenan las expectativas de sus tutores?

Pero bien, volvamos sobre lo que iniciamos. Yo soy del pensamiento de que si a la escuela se le endosan muchas responsabilidades, como por ejemplo, pretender que enseñe la totalidad de todas las cosas, eso no podría hacerlo. Esto por un lado. Pero por el otro, ¿Cumplen nuestras escuelas el papel de mediadoras entre el individuo y la cultura constituida ancestralmente?

El ideal de todo docente es que su estudiante se capacite, más rápido que tarde, para tomar las riendas de su propia vida, o sea, hacer uso positivo de su libertad. Pero he ahí un problema: la libertad está no tanto en poder hacer lo que se quiere, como en tener las capacidades para hacer lo que se quiere, porque se quiere y porque se desea perfeccionar cada vez más como ser humano. Preguntamos: ¿Este concepto acompaña a la alternativa Escuela en Casa? La respuesta que se de, suscita de nuevo otra pregunta: ¿Qué se está entendiendo por educación?

El primer reducionismo que se le connotó a la educación, desde el origen de la modernidad, pasando por el pensamiento ilustrado y el racionalista, fue concebirla como formación intelectual; posteriormente, el segundo fue contra la misma formación intelectual al reducirla como instrucción científica y cultural.

Entonces claro, los verdaderos agentes educativos capacitados para ello, debían ser las escuelas y las universidades. Tal vez esto fue lo que Mortimer Adler trataba de denunciar: enseñar o preparar exclusivamente para el trabajo, es decir, para las competencias laborales como se le conoce hoy, no educa para la vida.

Siendo así, es lógico pensar que el valor de la persona se halla únicamente en sus funciones productivas, Homo Faber. Destaquemos que aquí la noción clave es el concepto de Educación. Que la escuela enseña, es bien sabido que sí. Que la escuela educa, es bien sabido que algunas lo hacen. Aunque existen otras que "ni lo uno ni lo otro".

Si por educación entendemos el perfeccionamiento intencionado de las potencias humanas, la adquisición de conocimientos disciplinares que conduzcan no solo a saber algo de este mundo, sino también a fundamentar nuestros juicios respecto de lo que puede, debe o no hacerse, entonces la escuela, tanto la tradicional y clásica como las HomeSchool, puede afirmarse sin temor que la escuela educa.

Si con la enseñanza de las disciplinas se fortalecen las capacidades de observación, interpretación y reflexión, tanto para el entendimiento y comprensión del mundo como para las relaciones interpersonales, también desde este punto de vista la escuela educa.

Si con la enseñabilidad, se asume un concepto más allá de las relaciones interfamiliares, más vital por decirlo de alguna forma, que capaciten al niño o niña, joven o adulto para enfrentarse a otro tipo de personas cuyas relaciones son distintas y por tal más complejas, y sobre estas relaciones los estudiantes adquieren un hábito de buen trato, de colaboración y solidaridad, entonces la escuela no solamente enseña sino que también educa; así sea sin escuela, es decir, desde la Escuela en Casa.

Dar un NO rotundo a la posibilidad de la escuela para educar, es negar que niños, niñas y jóvenes pueden aprender, y por lo tanto educarse de las actitudes positivas de su maestro o maestra. La escuela tiene una función educadora y no podemos negársela.

Ahora, viendo en concreto las cosas, y desde el criterio de que solo se educa en la casa, parecería que en estas tampoco las familias cumplen su función educadora, situación que está ocurriendo por causas, algunas de ellas identificadas. Me refiero a la confianza en las instituciones, a la confianza social. Este tema es de mucho interés en el mundo de las temáticas educativas y esa importancia está relacionada con la tesis que sostiene que en la sociedad contemporánea existen claros indicios de un declive de la confianza social (Fukuyama, 1996; Bauman, 2003; Tironi, 2005).

Confiar es una característica relativamente estable de las personas. Pero como actitud es más que eso. Es una “relación bidireccional en la que una persona es permeable a otra de forma consciente y viceversa y además, esta permeabilidad se fundamenta en criterios de opinión”[5]. Kramer (1999) señala en el mismo sentido, que desconfiar no significa ausencia de confianza. Por tal razón, siempre se producirá una coexistencia de expectativas (positivas y negativas) respecto de una u otras personas, producto de elementos que aumenten y disminuyan la confianza y elementos que aumenten y disminuyan la desconfianza (Wicks et al., 1999).

Confianza y experiencias específicas no se hayan directamente relacionadas según Rotter[6], sino que resulta de la generalización de diversas experiencias que las personas perciben como similares. Y eso es lo que tal vez, no se da por entendido en las relaciones escuela y familia.

La fuerte alianza que en el pasado alineó las relaciones escuela y familia, hoy se encuentran debilitadas y como tal, según el movimiento de Escuelas en Casa, al no gozar esta de la confianza depositada, lo que queda es la desconfianza total y absoluta. En consecuencia, afirman, hay que encontrar formas alternativas por fuera de la escuela formal. La familia ha dejado a la escuela sola en el proceso de formación, dicen los maestros y la escuela tiene dificultades para encontrar las nuevas rutas educativas en este milenio, dicen las familias.

Por su parte, el estudiantado de niñas, niños y jóvenes se involucran más en un escenario tecnológico y virtual, que escapa a menudo a la comprensión de maestros, papás y/o mamás, de la misma forma que a las nuevas generaciones les resulta difícil comprender que el mundo era muy distinto hace solo 20 o 30 años atrás.

Escuela en Casa no puede ser una escuela que replique las causas que desalinearon la alianza escuela y familias. Ni replique el formato de enseñanza y aprendizaje de la escuela formal. Maestros y maestras de Colombia no pueden, por razones de la crisis pandémica, expandir como modelo oficial la estrategia a distancia y en línea con las que hoy se contactan con sus estudiantes por cuenta del CORONAVIRUS. Es válido el aporte y apoyo tecnológico respecto de los procesos de enseñabilidad y educabilidad en la escuela, pero independientemente de ello, instituciones educativas y docentes tienen la obligación, como actores del proceso escolar, de reflexionar e interpretar las nuevas características de una familia, que como institución, se expresa de manera diversa en cuanto a su composición, procedencia, tradiciones y prácticas, lo cual exige modificar la forma en que se vinculan al proceso educativo.

[1] N del A. El artículo fue reproducido por la Revista Nuestro Tiempo en septiembre de 1987 de la cual guardo un formato en fotocopia, que fue el documento entregado a todos los participantes del foro.

[2] Ver en http://www.enfamilia.co

[3] Revista Diners, Del colegio a la sala de la casa, Homeschool en Colombia/

[4] Revista Diners, Idem

[5] EAE Business School, Habilidades y Competencias, “Cómo trabajar la confianza bidireccional”, 2019

[6] Rotter, J. (1980). Confianza interpersonal, confiabilidad y credulidad. American Psychologist, 35, 1-7.


 
 
 

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