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Enseñar a Mirar es También Educar


"abriendo los ojos se aprende más que abriendo la boca"    Anónimo.                                                                      Si realmente queremos construir un camino propio, es necesario que la educación se articule con los sueños del territorio. No basta con cambiar infraestructuras o atraer inversión: hay que preparar a las nuevas generaciones para que comprendan, lideren y transformen esa realidad desde una mirada crítica y creativa
"abriendo los ojos se aprende más que abriendo la boca" Anónimo. Si realmente queremos construir un camino propio, es necesario que la educación se articule con los sueños del territorio. No basta con cambiar infraestructuras o atraer inversión: hay que preparar a las nuevas generaciones para que comprendan, lideren y transformen esa realidad desde una mirada crítica y creativa

En tiempos donde la política se libra más en redes sociales que en despachos diplomáticos, resulta difícil distinguir entre lo que se hace y lo que se dice. Cada declaración se convierte en titular, cada movimiento en espectáculo. Y sin embargo, "abriendo los ojos se aprende más que abriendo la boca". Esa frase, sencilla y directa, cobra fuerza cuando se la mira a la luz de los hechos recientes.


Durante la administración de Donald Trump, las medidas arancelarias se han convertido en un estilo frontal, ruidoso, confrontativo de gobierno. Impone tarifas como si fueran castigos y promete con ellas recuperar empleos, equilibrar balanzas comerciales y devolver grandeza a la industria estadounidense. Y lo dice en voz alta, sin matices, apelando al orgullo nacional y al miedo al competidor externo.


Pero al abrir los ojos —no solo los oídos— se perciben otras verdades. Las tarifas sobre los productos chinos (el acero y el aluminio) no están trayendo los beneficios anunciados. Varias industrias se han visto afectadas por represalias, y el costo de ciertos bienes aumenta para los propios consumidores estadounidenses. El ruido mediático oculta muchas veces el impacto real en la economía global y en las relaciones diplomáticas.


Quienes se detienen a observar los números, más allá de los discursos, entienden que muchas veces el estruendo de la política no refleja la profundidad del problema. Que detrás de cada medida hay consecuencias que no se gritan, pero que sí se sienten. Por eso, en un mundo lleno de micrófonos, conferencias de prensa y trinoX, se vuelve urgente volver a mirar. Volver a observar con calma y sentido crítico. Porque solo así podremos distinguir lo que se dice de lo que realmente sucede. Y solo así, quizá, podamos aprender críticamente.


¡Porque sí ! abriendo los ojos se aprende más que abriendo la boca.


En el contexto colombiano actual, también es necesario hablar del ruido que hacen sectores políticos cuando insisten en una narrativa de debacle, de caos inminente, de país al borde del colapso. Ese discurso, amplificado por redes sociales y medios, busca muchas veces, sembrar más miedo que invitar al análisis. Es una narrativa que grita mucho, pero que pocas veces escucha, y que reduce la complejidad nacional a una consigna política.


No se trata de negar los problemas reales que enfrenta Colombia —desigualdad, violencia, corrupción, debilidad institucional—, pero sí de advertir que el exceso de ruido puede nublar la mirada. Puede impedir ver los matices, las transformaciones en marcha, las tensiones legítimas que existen en toda democracia viva.


Aquí es donde la escuela entra a jugar un papel clave: formar ciudadanos capaces de mirar más allá del titular, del tuit_X viral o de la consigna fácil. Ciudadanos que no se dejen arrastrar por el alarmismo ni por la polarización, sino que aprendan a distinguir el dato del rumor, la crítica constructiva del ataque vacío, el desacuerdo legítimo del oportunismo.


Pero, en medio de este panorama global tan cargado de RUIDOS, cabe preguntarse: ¿qué puede hacer la escuela colombiana para mirar y pensar críticamente? ¿Qué papel tiene la educación en un país que aún busca su propio camino económico, político y cultural?


La respuesta no está en copiar modelos extranjeros ni en repetir discursos ajenos con acento local. Colombia no es Estados Unidos, ni China, ni Europa. Nuestra historia, nuestra geografía, nuestras luchas y esperanzas nos exigen pensar desde lo propio, no desde lo prestado. Y para eso, la escuela debe formar ojos atentos antes que bocas rápidas.


Necesitamos una educación que enseñe a observar con espíritu crítico las decisiones del mundo, pero también a mirar hacia adentro, es decir, a nuestras potencialidades productivas, nuestras formas de organización comunitaria, nuestras expresiones culturales que resisten, crean e innovan a diario.


Una escuela que enseñe a leer las cifras del mercado, pero también las huellas del campesino que siembra; que analice tratados internacionales, pero sin olvidar la economía informal en nuestras calles que sostiene a miles; que estudie constituciones, pero también escuche la voz de los pueblos olvidados.


Educar con sentido crítico no es formar seguidores de un gobierno ni opositores automáticos. Es formar personas que piensen, que cuestionen con argumentos, que comprendan los procesos sociales y políticos en su complejidad, y que se involucren de forma reflexiva en la construcción del país.


Porque en medio del ruido, el pensar es resistencia. Y abrir los ojos, más que la boca, sigue siendo la lección más urgente.


Se trata de construir un camino propio en el que la educación se articule con los sueños del territorio. En el caso de Palmira, que proyecta convertirse en un distrito agroindustrial, este reto es aún más urgente. No basta con cambiar infraestructuras o atraer inversión: hay que preparar a las nuevas generaciones para que comprendan, lideren y transformen esa realidad desde una mirada crítica y creativa.


Los Proyectos Educativos Institucionales (PEI) de las escuelas de todo el país, deben ser repensados a la luz de sus propósitos futuros; deben ser prospectivos, y para el municipio de Palmira, preguntarle a los estudiantes: ¿perciben ustedes que los están formando para que entienden la cadena de valor agroindustrial de su municipio? ¿perciben que están aprendiendo a valorar la tierra no solo como recurso, sino como parte de su identidad cultural? ¿están ustedes, jóvenes estudiantes, aprendiendo a negociar, emprender, cuidar, innovar y transformar? Y respecto de los docentes: ¿profesores y profesoras, están enseñando a innovar desde el conocimiento de su extenso territorio rural?


Revisar los PEI (Proyecto Educativo Institucional) no debe ser un trámite burocrático, sino un acto de coherencia con el futuro que se quiere. Es la oportunidad de tejer un proyecto educativo conectado con la vocación del territorio, con las necesidades reales de sus comunidades y con la visión de un desarrollo que no sea solo económico, sino también humano, social y ambiental.


Que la escuela sea ese primer lugar donde aprendamos, por fin, a mirar.


Abrir los ojos, más que la boca, sigue siendo la lección más urgente.


 
 
 

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