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La Guerra no Tiene Rostro de Mujer. Inflación del Miedo en las Escuelas.

Actualizado: 13 jun


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El contexto escolar en Colombia, en medio de una crisis institucional, es complejo y se caracteriza por múltiples desafíos. Uno de ellos radica en las oportunidades que puede brindar la educación si se realizan en la escuela las transformaciones que “deben ser” y se construye un sistema más democrático, inclusivo y resiliente.


Si bien esta crisis hay que asumirla como oportunidad y desafío, hay que señalar que las transformaciones en la escuela solo serán posibles si se superan novedosos miedos agazapados en su interior. El miedo, ese denso velo que se aferra al alma y ahoga toda esperanza, es algo que, si lo confrontamos con valentía, nos permitirá desatar las ataduras del pesimismo y embellecer el horizonte. Enfrentarlo es el primer paso hacia la libertad, un acto de rebeldía contra las sombras que nos mantienen cautivos. Al reconocerlo en el contexto histórico colombiano, descubrimos que, en medio de él, hubo mucha fortaleza y resistencia que dieron lugar a sueños, gestados también en tiempos de tempestad.


Desde el "Estado Profundo", esa es la intención: la inflación del miedo (Arteta, Yesid 2025) para socavar y deprimir la urgencia de los cambios. Si algo ha sido diferente respecto a otros magnicidios, es que el gobierno no se ha apresurado a señalar responsables o cómplices, como lo hizo en situaciones similares décadas atrás. Creo que lo hace precisamente para contrarrestar su efecto paralizante. Porque eso produce el miedo: parálisis.


Como viajero y visitante de experiencias educativas, percibo las tensiones y los estados de ánimo que la crisis institucional del país refleja en sus comunidades escolares y en la institución misma. La angustia y el desespero de docentes y directivos por hallar caminos que abracen con mayor calidez a sus educandos, a veces son truncados por el desánimo y la incertidumbre de toda su comunidad.


Hablamos de nuevos miedos porque recientemente han emergido en el contexto actual, pero ahora aliñados con magnicidio y bombas. Hagamos una breve lista:


Miedo a la estigmatización: Con el aumento de la violencia social y los retos económicos, hay el temor a que estudiantes y comunidades que provienen de contextos vulnerables sean estigmatizados y marginados. Este miedo puede influir en la autoestima y la motivación de los estudiantes.


Miedo a innovar: La rapidez de los cambios en el mundo laboral y tecnológico crea un miedo a que nuestro sistema educativo no sea capaz de preparar adecuadamente a los estudiantes. Se teme que el currículo no se esté adaptando a las demandas contemporáneas, dejando a los estudiantes sin las habilidades necesarias para su futuro.

 

Miedo a la polución de valores y ética: En un contexto de corrupción y falta de confianza en las instituciones, existe el miedo de que los estudiantes no desarrollen un sentido sólido de ética y valores, lo que podría estar afectando su papel como futuros ciudadanos responsables.


Miedo a la saturación curricular y estrés académico: La presión por obtener buenos resultados en pruebas estandarizadas y la sobrecarga curricular, pueden provocar un temor al fracaso y al agotamiento entre estudiantes y docentes, afectando el disfrute y la motivación por aprender.


Miedo a la desconexión social: La creciente dependencia de la tecnología y la educación virtual ha llevado a un temor sobre la capacidad de los estudiantes para interactuar socialmente. La falta de contacto físico y la interacción “face to face” pueden afectar sus habilidades sociales y su desarrollo emocional.


Miedo a la inseguridad: En algunas regiones de Colombia, el aumento de la violencia y el crimen ha generado temor entre las comunidades educativas. La posibilidad de que ocurran eventos violentos, como enfrentamientos entre grupos armados, colocación de bombas, activas o falsas, afecta la asistencia y el ambiente escolar.


La búsqueda por hallar explicación a estos novedosos miedos causantes de desánimo, me condujo a un libro que leí durante la pandemia, ese triste momento en que todo parecía sucumbir. “La Guerra no Tiene Rostro de Mujer” es el título del libro cuya autora es la bielorrusa Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura en 2015. La autora recopila testimonios que reflejan cómo el miedo permea la vida de las personas y afecta a las comunidades. El miedo, dice a través del registro de numerosas experiencias, es parte de la naturaleza humana y se hace más evidente en situaciones de tensión, represión política y desastres.


El miedo es existencial, dice, puesto que se manifiesta no solo como un temor a la muerte física, sino también como un miedo a la pérdida de identidad, a la desintegración de la comunidad y a la desaparición de valores y tradiciones. Este miedo existencial es particularmente agudo en contextos de guerra, donde la propia noción de hogar y pertenencia se ve amenazada. El miedo genera desasosiego y ansiedad, sobre todo en las mujeres, afectando la psique humana. Svetlana también describe el miedo que se convierte en un silencio opresivo; muchas personas sienten que no pueden expresar su miedo o sus emociones debido a la presión social, la cultura del silencio o el temor a represalias. Este miedo silenciado agrava el sufrimiento individual y colectivo.


No obstante, a pesar de su omnipresencia, Svetlana también muestra cómo las comunidades encuentran formas de enfrentar y sobrepasar su miedo. La narración de las experiencias humanas revela una profunda resiliencia, la capacidad de hallar esperanza y dignidad en medio de las circunstancias más adversas.

 

Circunstancias que en nuestro país, imponen un complejo contexto: tras el Acuerdo de Paz con el grupo insurgente de las Farc en 2016, que aún no ha consolidado los propósitos que lo animaron, el país sigue lidiando con la violencia de grupos armados ilegales, el narcotráfico y las disputas territoriales. Esto genera miedo e incertidumbre en las comunidades educativas urbanas, especialmente al considerar que las escuelas amplían su cobertura sin el mejoramiento de su infraestructura, afectando la calidad de vida y el bienestar emocional. Las profundas brechas que se amplían por falta de oportunidades educativas crean frustración y descontento entre sectores de la población, particularmente en contextos rurales y comunidades vulnerables. La corrupción, la ineficiencia de las instituciones públicas y la falta de transparencia han generado desconfianza entre la ciudadanía, llevando a la desilusión y a la apatía frente a la política y los procesos democráticos. Las movilizaciones, de un lado y del otro, provocan tensiones debido a la incertidumbre en torno a su final. El desplazamiento interno por violencia y pobreza, sigue siendo un problema, a pesar de las políticas de reactivación productiva en el sector agrícola, afectando el bienestar emocional de las comunidades y aumentando la carga social de aquellos que han perdido su hogar y su sentido de comunidad. La persistencia del narcotráfico genera un clima de violencia y miedo, afectando a comunidades enteras y perpetuando el ciclo de pobreza y exclusión. La desconfianza en la justicia, la percepción de impunidad y la ineficacia del sistema judicial, generan un sentimiento de injusticia que afecta la cohesión social y el estado emocional de la población.


Es indudable entonces, que con tan "arrugado paisaje”, se incrementen los problemas de salud mental, creando la necesidad urgente de atención y servicios de apoyo psicológico.


De igual modo, esto se vive en las escuelas. Me comentaba una madre, acudiente en una escuela de Palmira, Valle del Cauca, que su niño de apenas 7 años se resiste a ir a estudiar. Pero también, jóvenes universitarios han expresado en redes sociales la inconveniencia de continuar estudiando en un claustro que no ofrece garantías de seguridad física ni de porvenir profesional. Las niñas, que hace tiempo habían desechado la idea de querer ser princesas, hoy tampoco confían en la posibilidad de lograr un futuro profesional sólido y sin las afugias de ser profesionales desempleadas; tampoco se resignan a la idea de abandonar el país, si todos los que las rodean no son mejores que donde residen, incluyendo a los Estados Unidos. La desesperanza es total.


Los maestros y maestras están llamados a levantar el ánimo y confrontar el miedo que viven en sus escuelas. No pueden permitir que sus comunidades queden paralizadas por la incertidumbre, el miedo y la desmotivación. Luchar contra el miedo es también una lucha por la supervivencia y el empoderamiento.

 

En resumen, parafraseando a Svetlana Alexiévich, el miedo es un elemento fundamental en el tejido de la experiencia humana en tiempos de crisis. No solo revela la fragilidad de la vida, sino que también ilumina la resiliencia y la capacidad de las comunidades para enfrentar y superar sus demonios.

Palmira 12 de junio de  2025

Imagen creada con AI. Parte de la imagen fue tomada de:


 
 
 

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