Una Nueva Oficina en la Escuela
- José Angel Pernett C.
- 26 sept 2022
- 4 Min. de lectura

La peligrosa vocación de educar en Colombia se torna macabra, al lado de decisiones de padres y madres, que prefieren dejar sin educación a sus hijos, antes que enviarlos a los colegios donde estudian.
Foto: www.swissinfo.ch
La educación en Colombia históricamente no ha tenido importancia para los gobiernos. A lo largo del siglo pasado y en lo que llevamos de este, ha sufrido reformas, cada vez que asume un nuevo mandatario; de ahí su inestabilidad organizacional y financiera. Los nuevos vientos de cambio hablan de la educación como el camino certero hacia la Paz Total, a la democratización de la cultura y a la sociedad del conocimiento. Eso dijo el actual presidente en la Cumbre de las Naciones Unidas, recientemente realizada.
En efecto, la agenda política y social del nuevo gobierno se entrecruza con el concepto de “Paz Total”. Paz y Seguridad son dos lados de una misma moneda. Los conflictos de seguridad y violencia que se manifiestan en un país en crisis, los ha tenido también la escuela colombiana. Obreros sindicalistas, líderes campesinos, indígenas, agentes de policía, jóvenes soldados, aunque también maestros y estudiantes, todos han sido víctimas de la violencia e inseguridad en el territorio nacional. La violencia acorrala a las escuelas y con ellas a maestros y estudiantes. En el informe entregado por Fecode a la JEP, se contabilizaron más de mil maestros y maestras asesinados en 24 años. La peligrosa vocación de educar en Colombia se torna macabra, al lado de decisiones de padres y madres, que prefieren dejar sin educación a sus hijos, antes que enviarlos a los colegios donde estudian.
En este mismo informe se registraron 6 mil violaciones a la vida, libertad e integridad de los docentes, 78 desapariciones forzadas, 3.170 amenazas, 1.549 desplazamientos forzados, 124 detenciones arbitrarias, 89 hostigamientos a escuelas, 40 secuestros, 22 casos de tortura, 7 allanamientos ilegales y 49 atentados con o sin lesiones: la escuela con sus sueños truncados, su tejido social vulnerado y el sagrado oficio de educar estigmatizado.
La paz y la seguridad, así como la “paz total”, entendida esta última como ausencia de violencia, pasa por garantizar unos mínimos de condiciones de vida dentro de la población más pobre de Colombia, situación que lleva implícito la conformación de escenarios dialogantes que cuestionen y lleven a la comprensión y a la expansión de las políticas públicas a todas las organizaciones e instituciones sociales.
La paz en cada institución educativa, en cada lugar de trabajo, en cada hogar es una parte sumativa de la Paz Total. La Paz Total debe ser la utopía, esto es, siempre hay que ir tras ella, dado que es un imperativo de la razón práctico-moral, según lo legara Kant en “Sobre la paz perpetua” (1795): la paz es un salir voluntariamente de nuestro estado de naturaleza en el que la lucha, si bien no siempre declarada, es lo habitual. Por tanto, es un propósito, una actitud, una voluntad de la razón que hay que incorporar a los objetivos educacionales de la enseñanza y el aprendizaje.
La escuela no puede estar fuera de esta utopía ni de esta razón práctico-moral; por tanto hay que construir pasos concretos desarrollando capacidades administrativas muy diferentes a las ejercidas bajo el modelo educativo que se pretende superar, y dando al mismo tiempo, respuesta a las contingencias sociales que la inserción tecnológica capitalista plantea. ¿Cómo desarrollar habilidades en la comunidad educativa como buscadora de paz? ¿Cómo deberá reorganizarse la institución educativa para este intento de la Paz Total y de la escuela como Territorio de Paz? ¿Cómo hacerla parte del proceso de la planeación institucional y del plan de cada maestro y maestra, con el fin de consolidar acuerdos?
Obviamente que alcanzar la Paz Total no es un asunto para tratar solo con las organizaciones que pretenden vulnerarla, sino al mismo tiempo, con aquellas con las cuales se han de remover las condiciones objetivas causales de pobreza, inseguridad y falta de garantías sociales en los entornos escolares. Dicho de otra manera: “curricularizar la problemática”, pero ahora no desde la tradicional interacción maestro-alumno, sino desde y con las otras interacciones que se le suman, es decir con las interacciones que se establezcan con otros agentes, esos que están dispuestos a consolidar una acción coordinada, estratégica y permanente de búsqueda de paz.
La escuela transformada tiene que ser una oficina, un escenario pedagógico para consolidar territorios de paz. Decididamente dentro de su infraestructura se debe establecer la posibilidad de los escenarios de dialogo y tramitación de conflictos a todo nivel: distrital, local e institucional, activando los Comités institucionales de Territorio de Paz, o los Comités Operativos para la Convivencia, Prevención y Solución de Conflictos en los niveles central y local, donde participen todas las entidades garantes de derechos. Insumos para ello deben ser los PEI y los Planes de Desarrollo Municipal.
Conflictos y violencias en la escuela supone desafiar prejuicios y abordar soluciones de manera participativa, incluyente y contextualizada. Supone además, ir en búsqueda de la utopía. Una escuela de cambios contiene la respuesta para mejorar la convivencia escolar y asumir el desafío de convertirla en una fuerza productiva, porque solo ella es capaz de potenciar la autonomía de actuación y el pensamiento crítico de su comunidad, enseñando la necesidad de buscar acuerdos a través del diálogo.
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